Esta vez, la pesadilla que viví destaca entre las demás en mi memoria. Algo especial la envuelve, ya que omití un detalle que podría haberme dejado atónito. Me encuentro inmerso en un escenario enigmático, envuelto por una neblina que difumina mis sentidos. Una casa de blanca figura emerge ante mí, con ventanas desprovistas de cristales y cortinas rasgadas que danzan al compás del viento. Junto a ella, un lago se extiende majestuoso, sus aguas adquiriendo una tonalidad oscura y misteriosa.
Las paredes de la morada presentan señales de desgaste y la humedad impregna el ambiente. A medida que avanzo por el interior, el único sonido que acompaña mis pasos es un agudo pitido, el eco del absoluto silencio. Mis ojos se posan en unas escaleras que conducen al segundo piso, pero decido evitarlas, intrigado por explorar cada rincón restante de la vivienda. En un pasillo, mi atención se dirige hacia un cuadro en la pared, que asemeja un diploma.
Contiene un número de cuatro dígitos, pero por alguna razón, no logro recordarlo. Según las palabras de mi madre, aquel número podría haber sido el boleto hacia una fortuna en la lotería. No le di demasiada importancia en su momento, pero ahora lamento haberlo ignorado, quién sabe si hubiera sido el ganador o no.
Al abandonar la morada, me envuelve una densa neblina que se extiende por todo el entorno, provocando un ligero escalofrío que recorre mi cuerpo.
El lago, testigo de una intensa actividad, se presenta como un escenario vibrante. Múltiples cocodrilos se desplazan de un lado a otro con una gracia amenazadora, capturando mi atención. Sintiendo una extraña fascinación y un impulso inexplicable, decido acercarme cautelosamente a la orilla del lago.
Repentinamente, sin advertencia alguna, un autobús aparece en escena, su motor rugiendo y sus ruedas girando rápidamente sobre el lodo. Avanza a una velocidad vertiginosa, dirigiéndose directamente hacia mi posición con una aparente intención de causarme daño. La situación se vuelve aún más tensa, mientras el rugido del motor se mezcla con el latido acelerado de mi corazón. En medio de la incertidumbre, mi mente se enfoca en la necesidad urgente de tomar una decisión que pueda salvarme de este inminente peligro. El tiempo parece detenerse por un instante, mientras evalúo rápidamente mis opciones y mi cuerpo se prepara para reaccionar en un acto instintivo de supervivencia.
El miedo y la confusión se apoderan de mí, pero antes de que pueda reaccionar, el vehículo se precipita al agua con un estruendo ensordecedor. Observo con asombro cómo el autobús se hunde lentamente, sumergiéndose en las profundidades del lago, generando una inquietante sensación de incertidumbre y dejando un misterio sin resolver en el aire.
Al contemplar el desenlace de esta impactante escena, una sensación de serenidad y alivio me invade. Parece ser que aquellos que anhelaban mi desgracia no lograron su cometido y, en cambio, sufrieron las consecuencias más nefastas.
Cuando los sueños se tornan en pesadillas, un lago sombrío nunca augura nada bueno, y aguas turbias solo intensifican esa inquietud. La presencia repentina de un autobús dirigiéndose hacia mí, sin duda, empeoraba la situación, eran claras señales de que alguien con malas intenciones se aproximaba sobre mí. Pero estas señales, por más aterradoras que sean, no deben pasarse por alto. Nos incitan a reflexionar y analizar nuestro entorno en busca de pistas reveladoras.
Cuando se tiene fe en Dios y se ora fervientemente, los malignos no logran cumplir sus objetivos y, en cambio, son castigados por su propia maldad.
Este episodio solo refuerza la importancia de estar alerta y de buscar protección divina en un mundo donde el bien y el mal libran una batalla constante.