Después de las inquietantes experiencias que he vivido con las pesadillas, a veces puedo anticipar su llegada, y no hablo de cualquier pesadilla, sino de aquellas que me paralizan y desencadenan sucesos sobrenaturales. Es cierto, siento temor, pero sé que no hay manera de evitarlas. Lo mejor es enfrentarlas valientemente y recurrir a un arma extraordinariamente poderosa: la oración. A continuación, describiré una de mis pesadillas: «El visitante nocturno», la cual experimenté durante mi etapa de bachillerato.
Han transcurrido varios años, sin embargo, aún conservo vívidamente en mi memoria algunas de las pesadillas que experimenté durante mis años universitarios. En una noche en particular, me aseguré de preparar todo lo necesario para el día siguiente: la ropa, la mochila y el despertador. Parecía una rutina normal, pero en cuanto me acosté y me sumergí en el sueño, una nueva pesadilla comenzó a aflorar en las horas de la madrugada.
En ese momento, experimenté una sensación inquietante cuando alguien rozó suavemente mi pie derecho. Aunque al principio no le di importancia, pronto percibí cómo mis piernas comenzaron a elevarse simultáneamente, de manera lenta y controlada. Miré con detenimiento y me di cuenta de que una misteriosa sombra levantaba mis extremidades.
En un instante, una energía inexplicable comenzó a arrastrarme hacia arriba, mientras yo luchaba desesperadamente aferrándome a la cama. Su fuerza se intensificaba progresivamente, y podía percibir cómo mi alma se desprendía lentamente de mi cuerpo. Fue una batalla agotadora, una lucha desesperada por evitar que mi esencia escapara por completo, consciente de que si lo permitía, me perdería por completo en el abismo. En medio de este tormento, mis gritos de auxilio se ahogaban en un silencio ensordecedor, sin nadie que pudiera escuchar mi angustia.
Tras la ardua lucha, logré recobrar la calma, pero el destino tenía preparada otra experiencia inquietante para mí. La ventana de la habitación se abrió de golpe y las cortinas empezaron a ondear frenéticamente, como si un torbellino furioso se desatara justo afuera de la casa. Sin advertencia alguna, una criatura de piel oscura, alas largas, dientes imponentes y ojos rasgados y brillantes se abalanzó sobre mi, atrapándome en su terrorífico abrazo.
En un instante aterrador, la criatura acercó su rostro al mío, dejando caer gotas de saliva que parecían arder. Su furia era palpable, y sentí el peso de sus garras clavándose en mi pecho, dificultando mi respiración. La opresión se hizo más intensa, como si el aire se volviera escaso y la sombra de la criatura amenazara con sofocarme por completo.
En medio de todo este caos, resonaba una música macabra producida por un órgano antiguo, similar a los que se encontraban en las iglesias. Su melodía aumentaba mi inquietud y enviaba escalofríos por todo mi cuerpo. Gritaba desesperadamente pidiendo ayuda, pero mis palabras no salían, solo movía los labios en un silencio desesperante. Al ver que mis intentos eran en vano, decidí desafiar a la criatura, clavando mi mirada en sus ojos, mientras intentaba recitar el Padre Nuestro, sentí cómo mi boca se retorcía impidiéndome pronunciar una sola palabra. A pesar de ello, no me rendí y comencé a proclamar mi fe con determinación, repitiendo incansablemente: «¡No podrás derrotarme, soy un hijo de Dios!» Aunque mi voz estaba silenciada, mi convicción resonaba en lo más profundo de mi ser, desafiando a la criatura y afirmándome en mi creencia inquebrantable.
En ese momento, la criatura pareció vacilar ante mi determinación y mi fe. Sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa y malevolencia. La música macabra del órgano se debilitó y su dominio sobre mí parecía ceder. Con cada repetición de mi proclamación de fe, sentía cómo mi espíritu se fortalecía y mi valentía crecía. La oscuridad que había invadido la habitación se desvaneció gradualmente, y una paz indescriptible comenzó a reinar. Mi voz regresó, y esta vez, no la utilicé para gritar desesperadamente, sino para entonar un cántico de gratitud y alabanza.
Salí de aquella experiencia transformado. Me di cuenta de que el poder de la fe y la determinación puede enfrentar cualquier oscuridad, por más aterradora que sea.
Y así, con cada paso que doy, continúo recordando aquella noche en la que desafié a la criatura y afirmé mi fe. Mi voz ahora se alza, no solo para proclamar mi propia fortaleza, sino también para recordar a otros que dentro de ellos mismos yace el poder para superar cualquier adversidad y convertirse en verdaderos hijos de la luz.